La calzada romana que unía León con Asturias atravesaba hoces y valles siendo paso obligado de peregrinos hacia Santiago y San Salvador de Oviedo.
Juana García de Arintero combatió disfrazada de hombre en las guerras contra Portugal recorriendo esta misma ruta antes de ser sacrificada.
El camino conserva puentes medievales, aldeas deshabitadas y los baños termales de Nocedo donde descansaban arrieros y viajeros desde tiempos romanos.
El emperador Carlos I escribió a un maestro de obras llamado Rogil describiendo uno de los dos caminos principales que unían León y Asturias desde tiempos romanos. El texto hablaba de un camino muy transitado por peregrinos, arrieros y mercaderes que atravesaba un río seis o siete veces.
Esta ruta resultaba peligrosa por las crecidas, las lluvias y las nieves que provocaban accidentes mortales. El emperador solicitaba reparar el trazado con pasos seguros, cortar peñas y construir pontones por valor de dos mil quinientos ducados.
El tiempo y los nuevos medios de transporte dieron primacía al puerto de Pajares olvidando a su hermano Vegarada que nunca llegó a cruzar la frontera entre provincias
Roma proyectó una calzada que perdura a lo largo de laberintos y barrancos. Este camino huérfano de señales nace donde otro más conocido muere, cerca de Puente de Villarente. Asturias y León formaban entonces territorio común y la cordillera contaba poco como obstáculo.
El camino servía de cuerda de Mesta, pasión de peregrinos y ruta de mercaderes valientes. Se defendía del sol y del río apenas giraba rumbo al norte dejando atrás León y la antigua Lancia. Si el río le abrió paso con su fuerza desde un mundo de glaciares, sus paredes lo defendieron.
No se sabe si el emperador volvió a escribir sobre sus numerosos arcos o su trazado que copiaba presas y meandros. El caso es que anónimo y borrado en parte, sale a la luz con solo apartar la vista de la carretera actual que apunta recta entre altos olmos paralelos.
Con la calzada asomando a ambas márgenes del río comienza la sucesión de puentes medievales, romanos y modernos que rompen perfiles y unen riberas
Los puentes surgen entre rocas, se esconden en rincones o aparecen inútiles sobre cauces borrados. Solo uno conserva su nombre: el del Ahorcado, según dicen porque al no haber donde amarrar cuerdas se utilizaba para colgar de su ventana ojival a delincuentes.
Dejando atrás Valdepiélago, húmedo rincón de sombras que a sus aguas debe su nombre, el camino se encierra cada vez más en hoces hasta avistar un violento talud rematado por un mustio camposanto. Sobre su cima está lo que resta del castillo de Montuerto.
Esta atalaya vigilaba un paso estratégico sin que se sepa si mira a León o a las cimas donde el cierzo se aferra. Hoy más iglesia desarbolada que defensa empinada, queda para la historia el hecho de que Almanzor no llegara a conquistarlo.
Ninguno de los castillos hermanos como Alba, Luna o Gordon rindieron sus armas sino al abandono, secular enemigo de sus torres
La guerra de las Comunidades dejó a León entre los vencidos, dividido en sus familias principales. Esto trajo río arriba el desamparo convirtiendo en muñones cerros y ermitas donde los peregrinos daban reposo a cuerpo y alma antes de acometer la hazaña de alcanzar Oviedo.
Estos viajeros piadosos eran hombres de temple cuando la suerte se les ponía en contra, ya fueran pasos arriesgados o gavillas de bandoleros. Tras rezar prolongado en aquella iglesia vecina de las nubes, seguían entre camino y río la ruta hasta dar con sus huesos en Nocedo y sus templadas aguas.
Este modesto balneario famoso en la región no guarda hoy ningún pilón de mármol donde una infanta se bañara para curar flaquezas de la carne. Heredado, legado y restaurado sirvió hasta hace poco de medicina a dolientes campesinos.
La técnica de principios de siglo trajo recias mangueras con que regar los cuerpos ateridos sacando el reúma como el demonio en tiempos inquisitoriales
Más allá de estos antiguos baños un nuevo río campesino se abre paso a golpes de hoz en busca de tierras de labor. Grandes debieron ser los miedos hasta encontrar tan ansiado lugar de promisión. Pronto una iglesia asoma de nuevo al amparo de los álamos.
Se alza a sus pies un monumento civil rodeando el busto en piedra de un maestro pedagogo. Precursor de los sistemas educativos actuales, supo dar a cada alumno orientación según su gusto, vocación o aptitudes naturales. Unos siguieron el sendero de las leyes, otros hacia siembras y pastos.
Al cabo del tiempo esos mismos alumnos alzaron en piedra su recuerdo agradecido a la vera de esta calzada donde nació para ellos el camino más ancho de sus vidas. Sin embargo tal ruta no sirvió siempre afanes escolares.
Antes del maestro y de Carlos V conoció el paso de una mujer singular que debe su nombre al pueblo en que nació: Arintero
Su hazaña recompensada con ingratitud tuvo lugar en tiempos de Isabel y Fernando cuando Portugal intentaba impedir una unidad que adivinaba peligrosa. Su padre decidió enviarla como fingido caballero bien provista de lanza y rodela respondiendo a la llamada de los reyes.
Juana García, la dama de Arintero, partió camino de León juntándose con otras huestes que a orillas del Duero combatieron en Zamora, Toro y Albuera. Por allí anduvo distinguiéndose por su especial valor hasta que en marzo de 1476 su ardor la traicionó.
Al tiempo de tirar la lanza con gran fuerza se desabotonó su jubón dejando ver el blanco pecho. Aunque acudió presta con su mano a apretar el jubón los soldados comenzaron a alborotar diciendo que había una mujer en la guerra hasta que llegó a noticia del rey.
Si grande fue la sorpresa de la tropa no debió ser menos la de Fernando, amigo de mujeres a espaldas de la reina
Una vez que conoció sus hazañas se le fue la mano en otorgar privilegios y mercedes que la heroína no fue parca en pedir para sí y sus paisanos, desde un escudo de armas hasta nombrar hidalgos a todos sus vasallos.
Tras los primeros entusiasmos vino la dura realidad. Según unos fue el mismo rey arrepentido una vez apagado su fervor inicial, según otros las advertencias de la reina recordándole su labor encaminada a frenar las pretensiones de los nobles.
Alcanzada en el viaje de vuelta antes de que alcanzara los seguros laberintos de sus hoces y río fue sacrificada quedando invicta en la memoria de los suyos. Hoy solo la recuerdan un modesto restaurante y dos escudos.
En los escudos aparece labrada en piedra blandiendo todavía la lanza que la traicionó, a caballo, penacho al viento, a la sombra de tres pinos
Desde el cerco de su escudo aún parece dispuesta a lidiar por esa nueva igualdad de la mujer, difícil paso honroso para el hombre en el que resultó perdedora y a un tiempo pionera.
Más allá de la dama el camino se estira y empina. Surgen los altos de Mampodre aún manchados de blanco en los primeros días del verano. Río y camino se van haciendo bravos, ganan cotas, cortan el valle a golpes de cordel que recuerdan maestros romanos.
Las aldeas se prolongan habitadas a medias, desiertas, vivas únicamente en canes que se avisan de collado en collado bajo el canto pesado de los grajos. La senda sube y en el último pueblo nadie aparece, su perfil es un montón de piedras grises.
La escuela convertida en teleclub habla de un postrer intento por retener fantasmas en unas tierras que hace mucho dejaron de interesar a nadie
Su última aventura tras los desastres de la guerra fue el tiempo de los maquis. Los testimonios hablan de dónde estaban de día, dónde dormían de noche, dónde mataron al dueño de la venta que les denunció y dónde cogieron a tres que bajaron en camioneta.
Todo ello pasó hace mucho tiempo, casi en los años de la dama o cuando los arrieros traían de Asturias pescado y carne fresca. Ahora nadie cuenta su historia a los que cerca de la frontera gozan del vino y pan en esa venta donde falta la campana.
Su bronce que en los días de niebla servía de lazarillo a viajeros y peregrinos viajó quien sabe si en pos de algún chamarilero. Solo permanecen los pastores. En sus chozos más cómodos ahora todavía bajan hasta el camino en busca de medicinas o charla.
Aún llegan desde el ferrocarril con sus rebaños, sus perros feroces y sus mulos solemnes conservando sombreros de fieltro con la cinta engrasada
Son gente amable todavía con rebaños propios, independientes y cordiales como quien vive con la familia a solas. Sus hogares de paso ya no están en lo más alto batidos por los vientos sino al amparo de algún cerro vecino.
Duermen, velan o sueñan como antaño, gobiernan con voz escueta tormentas y merinas sin esperar a que por San Lorenzo llegue el amo a pedir cuentas cabales. Donde la carretera acaba la calzada prosigue.
La venta reúne los domingos, cuando el cierzo no acosa, gentes de uno y otro lado de la frontera, leoneses y astures, sidra y vino con que pasar la rústica mojama. Allí en la cima Asturias empieza.
Se diría que un invisible meridiano divide en pocos metros flora y fauna como si la naturaleza respetara límites administrativos
Cuando los del Principado cruzan afirman que ya están en Castilla sin saber cuánto queda hasta León aunque eso importe poco. Según ellos llegan para secarse del mismo modo que de León a Asturias corren los otros a divertirse.
Así ninguno queda donde la carretera muere, todos siguen calzada adelante hasta alcanzar la tierra prometida. Al otro lado el camino se desliza entre montes menos ásperos, la dura hierba se hace más suave y los brillantes lagos se hacen torrentes rumbo a un mar que se adivina.
En los días de sol la venta bulle en cánticos, corre el jamón en la cocina, el dueño está en todas partes como Dios y sus dos hijas adolescentes reparten tragos y promesas bajo su atenta mirada vigilante.
Cascadas de sidra rompen contra suelo y vasos como en tiempos de arrieros y gañanes que transitaban estas alturas
El maestro que aconsejó emigrar a Madrid piensa en el porvenir de sus alumnos, Rogil el ingeniero calcula pasos y pontones con que satisfacer las peticiones de su emperador, entre nubes sueñan los peregrinos una Cámara Santa repleta de oro.
En tanto la dama cruza a caballo su frontera particular que separa la vida de la muerte. Cuando por fin se pierde recia y altiva, mudo virago al amparo de su lanza, el mundo calla en torno y las estrellas se borran.
Solo queda en pie algún viejo pastor contando sus rebaños celestiales mientras el viento mece los últimos vestigios de esta ruta milenaria que unió dos territorios hermanos a través de la historia.
